Seleccione su idioma

Factor de Impacto: 1.2

Artículo

Editorial

REC Interv Cardiol. 2019;3:150-151

De Prometeo a Element Care

From Prometheus to Element Care

Carlos H. García Lithgow .

Sección de Hemodinámica, Servicio de Cardiología, Centros de Diagnóstico, Medicina Avanzada y Telemedicina (CEDIMAT), Centro Cardio-Neuro-Oftalmológico y Trasplante (CECANOT), Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), Santo Domingo, República Dominicana

Cuando el hígado de Prometeo era diariamente devorado por el águila que Zeus enviaba a la montaña del Cáucaso, donde mantenía al titán encadenado, este pagaba con dolor el precio de la desobediencia y la inmortalidad. Insurrecto por robar el fuego a los dioses para otorgárselo a los hombres, proporcionándoles así calor, cocción de los alimentos, forja de utensilios y una llama divina que les confería espiritualidad e inteligencia, acercándolos a los dioses y diferenciándolos de los animales. La inmortalidad hacía que su hígado se regenerara para que al orto se reanudara el tormento del cual solo Hércules pudo liberarle al romper las cadenas de la condena.

El mito griego del semidiós nos sirve para hacer una referencia análoga a la evolución de la medicina, desde la prehistoria hasta nuestros tiempos. Sufrimiento, enfermedad, sabiduría, esperanza, cura, inmortalidad. La avidez con que el Homo sapiens ha intentado conquistar desde las épocas en que se congregaba alrededor del regalo del héroe del fuego.

Precisamente ese intercambio humano nos ha permitido evolucionar como especie. Conquistar el planeta, curar enfermedades, controlar epidemias y hacer la guerra al prójimo, en beneficio, pero también en menoscabo, del mundo, a expensas de la extinción de miles de especies, de la subyugación de la muerte y del suplicio de millones de nuestros congéneres.

A través de la historia, los médicos han sido personas a quienes los demás han percibido como beneficiarios de un talento especial. Los primeros galenos eran curanderos, chamanes que entendían las leyes de aquel universo, que tenían la capacidad de conectar con lo divino. Amén de poseer el conocimiento secreto sobre plantas, hierbas y minerales con poderes curativos, su sabiduría había sido transmitida oralmente por líneas familiares o por herencia genética, escogiendo a aquellos individuos con las condiciones necesarias para llevar a cabo la sanación. Eran sujetos sobresalientes en los grupos humanos antiguos, muy considerados y reverenciados por sus sociedades. Posiblemente eran los escogidos por Prometeo para añadirles un «fuego extra».

La ciencia médica fue desarrollándose, aportando avances incalculables para la humanidad, logrando disminuir drásticamente la mortalidad infantil a finales del siglo XX, mejorando la esperanza de vida en la mayoría de los países hasta los 75 años (para 2050 se calcula, como algo común, que los seres humanos lleguen a los 100 años) y tratando con éxito la mayoría de las enfermedades del Homo sapiens1.

Tras la Segunda Guerra Mundial se produjo una revolución en la medicina, una especie de era dorada, en la que proliferaron los antibióticos, las vacunas, los nuevos anestésicos, procedimientos quirúrgicos innovadores y medicamentos novedosos. Los médicos eran respetados y admirados; el intercambio médico-paciente consistía en conversaciones y escrutinios profundos de la vida íntima del individuo, además de una exploración física rigurosa con todas las reglas de la semiología.

Con los avances llegaron también los planes médicos universales y las reformas sanitarias, lo que dio pie a que la medicina perdiera la dimensión humana de la relación entre médico y paciente. El famoso «coste-beneficio» pasó a ser prioritario, se incentivó la tecnología, que puso distancia entre la humanidad y la ciencia, y en muchas ocasiones la travesía de la comunicación verbal, esencial para el entendimiento entre individuos, se ausentó y el galeno pasó a ser un técnico, un prestador de servicios con una efectividad medible.

Se estableció la consulta precipitada o lo que he llamado «consulta chatarra», la que conlleva constantes quejas de los usuarios (pacientes), a quienes, con las prisas, se les piden analíticas, estudios y procedimientos innecesarios que abultan los costes del sistema, los cuales, en la mayoría de los países, resultan insostenibles.

La paradoja reside en que al mejorar la expectativa de vida tenemos un mayor número de pacientes ancianos, que en muchas ocasiones sufren de soledad y desconsuelo, y con el enfoque actual de la medicina, el remedio no les puede ser brindado por el facultativo basándose en la cercanía necesaria para examinar la condición natural del hombre y así poder desarrollar un ejercicio óptimo de la profesión y ofrecer ese lenitivo como parte de la receta médica.

Ellen Trane Nørby, ministra de salud de Dinamarca, uno de los países con mejor posicionamiento en las listas de atención sanitaria más efectivas del mundo, dijo: «Algo debe andar mal en Dinamarca cuando gastamos en los últimos 90 días de la vida humana el 50% del presupuesto de salud, para postergar durante algunas semanas una muerte inevitable»2.

El abandono, la tristeza y el aislamiento de los pacientes ancianos que habitan en los países desarrollados genera gastos astronómicos en las salas de emergencias en búsqueda de apoyo social.

Un artículo del New York Times3 nos da a conocer el programa de salud Element Care —sin fines de lucro y para adultos mayores—, que proporciona a los ancianos que cumplen los requisitos una tableta con un programa instalado en el que existe una mascota virtual que interactúa con ellos, les habla de deportes y pasatiempos, les muestra memorias de su vida y, sobre todo, les dice que les aman.

Los pacientes saben que es un aparato conectado a una empresa emergente, llamada Care Coach. Entienden también que la operan trabajadores que están viendo, escuchando y tecleando las respuestas a distancia, pero igual llegan a amar al animalito que les hace sentir que existen y que son importantes para alguien3.

La sociedad actual lleva una carrera desenfrenada hacia el progreso. Modernizamos el consumo sin haber desarrollado el pensamiento, un frenesí tecnológico que al perpetuase nos convertirá en entes aislados, interactuando virtualmente con aplicaciones cibernéticas. Hagamos, pues, un compromiso que nos vuelva a convertir en individuos sociales, que humanice la inteligencia artificial. Seamos una réplica de los ancestros que ampliaron su vida alrededor de la hoguera regalada. Por Prometeo, el titán bueno.

Creo que los facultativos debemos pararnos y mirarnos frente a un espejo, preguntándonos si tratamos a los pacientes de la forma en que quisiéramos que nos tratasen a nosotros mismos. Si la respuesta es negativa, intentemos que los abrazos vuelvan a ser más prolongados que el narcisismo.

CONFLICTO DE INTERESES

No existen conflictos de intereses.

BIBLIOGRAFÍA

1. Harari YN. Sapiens:A brief history of humankind. London:Random House;2014.

2. Maglio P. La dignidad del otro:puentes entre la biología y la biografía. Buenos Aires:Libros del Zorzal;2008.

3. Bowles N. Human Contact Is Now a Luxury Good. The New York Times. 2019. Disponible en:https://www.nytimes.com/2019/03/23/sunday-review/human-contact-luxury-screens.html. Consultado 1 May 2019.

Autor para correspondencia: P.º de las Garzas 12, Isabel Villas, 10504 Santo Domingo, República Dominicana.
Correo electrónico: (C.H. García Lithgow).

AnteriorSiguiente